Hasta ahora, la percepción de muchos docentes es que trabajamos en organizaciones jerárquicas donde nuestros “jefes” deben encargarse de todo lo necesario para que nosotros nos ocupemos sólo de los estudiantes (por eso las juntas, papeleo, familias, comunidad, etc., se consideran muchas veces como pérdida de tiempo). Pero siendo realistas, ¿cuántos problemas sobre la práctica profesional educativa resolvemos en conjunto como docentes? ¿Cada cuánto aprendemos algo nuevo acerca de la práctica educativa de otros colegas? En muchas entidades, la organización está configurada para que esto casi nunca suceda, y cuando se intenta llevar a cabo, normalmente se realiza a través de un agente externo en forma de charla, conferencia o curso con pírricos resultados. Esta situación también genera una clara disfunción entre las necesidades individuales y las organizativas, con unas consecuencias nefastas para el desarrollo profesional de los docentes. A continuación, se ofrece un modelo para generar organizaciones que permitan desarrollar de una mejor manera el liderazgo pedagógico, es decir, la capacidad para enfocar la estrategia que nos lleve a la consecución de las finalidades del aprendizaje y la capacidad para actuar con sentido práctico en esa dirección.
Sabemos de sobra que si los líderes en las entidades educativas (sean sus responsables, pero sobre todo sus docentes como órgano colegiado) fallan al establecer prioridades, el resultado es que todo parece importante y urgente, aunque el verdadero mensaje (tácito) que se transmite y se generaliza es que en la práctica, nada es importante, porque si a todo se requiere dedicarle tiempo, los resultados de dichos esfuerzos atomizados no se notarán en el trabajo diario.
Sin establecer prioridades (propósito y enfoque), ¿cómo se puede trabajar en la mejora sistemática de la enseñanza y el aprendizaje?
Una entidad educativa con un alto liderazgo pedagógico por parte de sus responsables y docentes es capaz de aglutinar a su comunidad educativa entorno a un propósito y un enfoque que sean compartidos. Si lo consigue, la mitad del camino ya está andado. A partir de aquí, la comunidad educativa ya se puede enfocar en el trabajo necesario para garantizar que dicho propósito y enfoque se refleje en todas las aulas y finalmente, en los resultados de aprendizaje del alumnado.
Por tanto, es importante el desarrollo de un modelo sistemático y gradual que favorezca pasar de la cultura heredada (de aislamiento y falta de rigor) a una cultura profesional fundamentada, que ayude a elevar el liderazgo pedagógico de los equipos directivos y docentes, para crear una verdadera comunidad de profesionales que sean capaces de aprender unos de otros. El modelo de desarrollo y mejora continua de la práctica educativa permite, con base en una serie de acciones, protocolos y actividades, profundizar en el desarrollo de las tres claves de la cultura profesional docente que garantizan la calidad en el aula:
- Profundizar en una cultura de la fundamentación pedagógica sobre las decisiones que se toman en las instituciones, con respecto a la práctica educativa y a las acciones que afectan lo que sucede en las aulas, a partir de criterios de calidad contrastados y comunes a todos los docentes de una misma institución educativa.
- Impulsar una cultura de trabajo colaborativo para reforzar, así como mejorar de manera compartida la práctica docente y los resultados de aprendizaje de los estudiantes.
- Implantar un sistema que permita el desarrollo de una cultura de la calidad y mejora continua en el aula y llevarla hasta sus últimas consecuencias, hasta los procesos clave de enseñanza y aprendizaje, utilizando para ello la misma filosofía de la mejora continua en que se basan otros sistemas y modelos de calidad complementarios.
La primer fase de todo modelo de mejora continua y desarrollo profesional debería proponer un instrumento de análisis (a partir de un diagnóstico) e identificación de las mejoras a corto, medio y largo plazos (a través de la elaboración de un Plan Estratégico Pedagógico) que permita fortalecer el liderazgo pedagógico de los equipos directivos, así como aumentar la conciencia pedagógica del profesorado, e iniciar un camino de mejora fundamentado, que lleve a la institución a cumplir con sus finalidades de aprendizaje.
En la segunda fase partiendo del Plan Estratégico Pedagógico elaborado, se debería garantizar la mejora continua en Comunidades Profesionales de Aprendizaje docente. Una vez que ya se tiene el plan y se trata de desplegarlo, las instituciones pueden requerir apoyo, por lo que son necesarios índices pre-elaborados para cada acuerdo metodológico, material de valor pedagógico que puede ser utilizado por asesores, acompañantes pedagógicos, formadores o por la propia entidad para su mejora continua, así como un seguimiento continuo del proyecto. Lo importante es que el profesorado sea capaz de decidir (y poner por escrito) las “reglas del juego” o pautas compartidas de aquello que realizarán en clase para cumplir con las finalidades de aprendizaje comunes, y que dichas pautas queden plasmadas en el proyecto educativo y curricular, para finalmente y de forma progresiva, aplicarlo en cada una de las aulas de la institución.
Por último, estos modelos deberían contemplar un proceso de reconocimiento social de la calidad pedagógica, que invite a los docentes a entrar en un dinámica de revisiones (internas y/o externas) que generen una sana presión por el despliegue del Plan Estratégico Pedagógico, que garantice las finalidades de aprendizaje a través de la práctica educativa y que reconozca las buenas prácticas necesarias para ir generando, con el tiempo, mayor coherencia entre lo que se pretende conseguir en el alumnado y lo que se realiza en todas las aulas.
Referencias:
Malpica, F. (2013: 165-172). 8 Ideas Clave. Calidad de la Práctica Educativa. (Ed. Graó).
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