Los centros educativos y formativos que han trabajado ya la calidad saben que básicamente se trata de reflexionar sobre los procesos, y una vez que están estandarizados revisarlos con una dinámica de mejora continua a través de la aplicación del ciclo de la mejora o PDCA (Plan, Do, Check, Act). La evaluación de los procesos se hace mediante indicadores que nos permiten evaluar sus resultados y su rendimiento. Pero para estandarizar las mejoras es necesario implantar un sistema de gestión. A nivel de centro escolar, este sistema de gestión lo proporciona la Norma ISO 9001 o la nueva 29990 (en el caso de la formación), y su camino hacia la excelencia se puede hacer siguiendo los criterios del modelo europeo EFQM.
En este sentido, el concepto de calidad está llegando ya con fuerza a los centros escolares. Nadie niega que la calidad orientada a la gestión de los procesos de la organización es necesaria porque «si seguimos haciendo el mismo obtendremos los mismos resultados», ¿no es cierto?
Sin embargo, a nivel del aula (entendida como el espacio donde se enseña y se aprende): ¿Quién proporciona los indicadores que permiten determinar cuándo una práctica profesional es más o menos apropiada? ¿Quién determina el sistema de gestión que permita evaluar los resultados, el rendimiento, y que permita aplicar el ciclo de mejora en el aula?
Una de las definiciones más simples y realistas sobre la calidad es la que expresa Walter A. Shewart: «La calidad es el resultado de la interacción entre dos dimensiones: la dimensión subjetiva (del cliente) y la dimensión objetiva (de quien garantiza el producto o servicio)».
Siguiendo esta definición de calidad, ¿cómo puede derivar en una definición de la calidad educativa? Vamos a ver: ¿Cuál es la «dimensión subjetiva» en la educación? ¿Será que la escuela esté bien ordenada? ¿Será que tenga muchas relaciones con el entorno? ¿Que sea una «escuela verde» o una «escuela 2.0»? Puede ser, pero, ¿qué es lo que cualquier cliente pide de un centro educativo o formativo? APRENDER. La «dimensión subjetiva» tiene todo que ver con el cumplir la promesa que hace el centro sobre las finalidades de aprendizaje de los alumnos o participantes de la formación, es decir, responder con contundencia a la pregunta: «¿me cumplirán lo que dicen en este centro escolar que sabré, sabré hacer y seré cuando acabe la formación?».
Y cuál puede ser la «dimensión objetiva», según la definición de Shewart. ¿Tal vez es ofrecer una organización adecuada, unas buenas instalaciones, un clima de trabajo adecuado, unos procesos muy bien registrados? Puede ser, pero, ¿qué es lo que cualquier centro educativo o formativo debe garantizar? LOS RESULTADOS DE APRENDIZAJE. La «dimensión objetiva» tiene todo que ver con garantizar en cada una de las unidades didácticas de todas las aulas, de todas las clases, de todos los cursos o programas, unos procesos educativos que permitan obtener los resultados de aprendizaje prometidos a todos los alumnos, alumnas o participantes de la formación.
Por lo tanto, siguiendo a Walter A. Shewart, podríamos definir la calidad educativa como:
«El resultado de la interacción entre dos dimensiones: la dimensión subjetiva (las finalidades de aprendizaje) y la dimensión objetiva (los resultados del aprendizaje)».
Teniendo aquello en cuenta, cualquier sistema de calidad educativa tendría que hacer un recorrido desde el aula hacia la organización, garantizando los procesos educativos, al igual que se garantizan los procesos organizativos.
Este enfoque comporta que el servicio educativo o formativo esté centrado en el aprendizaje, con modelos de gestión participativos y que integran la mejora continua como un proceso para satisfacer las necesidades educativas, mediante equipos profesionales docentes, para garantizar que el alumno reciba una educación o formación coherente entre los resultados de aprendizaje y las finalidades educativas prometidas.