El secreto del éxito educativo en Finlandia

Aprendizajes para América Latina

En un contexto global marcado por la incertidumbre, la transformación digital, los desafíos socioemocionales y la creciente necesidad de formar ciudadanos críticos y comprometidos, el sistema educativo finlandés sigue despertando un notable interés internacional. ¿Qué hace de Finlandia una referencia? ¿Cuáles son sus claves más profundas —más allá de los mitos y simplificaciones— y qué aprendizajes pueden inspirar a América Latina sin caer en modelos imitativos?


Estas preguntas guiaron el conversatorio “El secreto del éxito educativo en Finlandia”, en el que tuve el honor de dialogar con Natalia Tieso, experta en educación internacional. La conversación, dirigida a la comunidad educativa latinoamericana, permitió explorar desde una mirada crítica y fundamentada las razones del éxito finlandés, así como las posibilidades de adaptación contextualizada de sus principios y prácticas en nuestras realidades.


El presente artículo recoge ese intercambio, en forma de preguntas y respuestas, con la intención de ofrecer no solo información valiosa sobre el modelo finlandés, sino también pistas para repensar nuestras propias estrategias de transformación educativa. Lejos de ofrecer recetas, estas reflexiones invitan al pensamiento complejo, a la construcción de confianza profesional y a la revalorización de la docencia como pilar de una educación equitativa y de calidad.

1. ¿Qué rol juegan los directores de escuela en el sistema educativo finlandés? ¿Cómo se forma y se apoya su liderazgo?

En Finlandia, los directores no son meros gestores administrativos, sino líderes pedagógicos. Su papel principal es crear las condiciones para que el profesorado pueda ejercer su labor con autonomía y calidad. Esto significa que los directores deben facilitar la colaboración entre docentes, apoyar el desarrollo profesional y garantizar una cultura escolar centrada en el aprendizaje.

La formación de estos líderes se basa en una sólida preparación académica y en experiencia docente previa. Generalmente, los directores son maestros con años de experiencia, que posteriormente acceden a una formación específica en liderazgo educativo. Pero lo más relevante es el enfoque: no se les entrena para controlar, sino para construir confianza, articular visiones compartidas y promover procesos de mejora desde dentro de la comunidad escolar. Es decir, son catalizadores del profesionalismo docente, no sus fiscalizadores.

    2. ¿Qué innovaciones están explorando actualmente en Finlandia para preparar a los estudiantes para un futuro incierto?

    Finlandia entiende que educar para el futuro significa desarrollar competencias complejas más allá del saber disciplinar. Las innovaciones actuales se centran en el aprendizaje basado en fenómenos (phenomenon-based learning), que permite a los estudiantes conectar conocimientos de distintas áreas en torno a problemas reales. También se promueve la educación socioemocional, la sostenibilidad y el pensamiento crítico como ejes transversales.

    Además, hay un esfuerzo por digitalizar inteligentemente el sistema: no se trata de usar tecnología por moda, sino de aprovecharla para fomentar el pensamiento autónomo, la colaboración y la resolución de problemas. La tecnología debe estar al servicio de la pedagogía. De hecho, el aparato tecnológico más común en las aulas en un “document camera”, es decir, un proyector de opacos para que los docentes puedan proyectar papeles, escritos y objetos a los estudiantes.

    Las reformas no son impuestas de forma vertical; nacen de pilotos, investigación colaborativa y participación de la comunidad educativa. Para eso existe el National Board of Education que es un organismo público autónomo que no depende del gobierno en turno y es quien se encarga de la evaluación del sistema, el desarrollo y actualización del curriculum nacional, así como del plan estratégico de educación.

    3. ¿Qué podemos aprender de la formación inicial y continua de los docentes en Finlandia para replicar en contextos latinoamericanos?

    La clave está en la exigencia y en la confianza. En Finlandia, solo los mejores acceden a la formación docente, con procesos de selección rigurosos que consideran no solo el conocimiento, sino la empatía, las habilidades comunicativas y la vocación. Esta “gran criba” inicial evita que lleguen al aula personas sin el perfil adecuado.

    La formación es larga (mínimo cinco años), con enfoque académico-práctico, centrada en la investigación y la reflexión crítica sobre la práctica. Y lo más importante: una vez que ingresan al sistema, los docentes no son abandonados, sino acompañados mediante comunidades profesionales, mentorías y desarrollo continuo, con una cultura centrada en el aprendizaje entre pares.

    En América Latina podríamos replicar este enfoque si apostamos por una política de gestión del talento docente más ambiciosa: mejores procesos de selección, formación inicial más coherente con el perfil de egreso del estudiante y trayectorias profesionales atractivas que no obliguen a abandonar el aula para progresar. Reconocer a los mejores docentes dándoles un cargo directivo no es la mejor estrategia para mantener la calidad educativa de la institución, porque te quedas sin los mejores docentes y no necesariamente ganas los mejores directores.

    4. En Finlandia, los docentes son altamente valorados y tienen autonomía profesional. ¿Qué pasos podríamos dar en Latinoamérica para dignificar aún más la profesión docente y fortalecer su formación?

     Primero, debemos transitar de un modelo de control a uno de confianza. La excesiva burocracia que pesa sobre los docentes en muchos países latinoamericanos impide que ejerzan su profesión con creatividad, libertad y sentido. Finlandia demuestra que cuando se confía en el profesionalismo docente, este responde con responsabilidad, mejora continua e innovación.

    Segundo, hay que dignificar la profesión no solo con discursos, sino con políticas coherentes: estabilidad laboral, salarios dignos, formación continua de calidad y posibilidad de desarrollo profesional sin renunciar a la enseñanza directa.

    Tercero, fomentar una cultura profesional donde los docentes se reconozcan como parte de una comunidad de práctica que reflexiona, mejora y se desafía mutuamente. La clave no está en copiar modelos, sino en inspirarse para construir sistemas donde ser docente vuelva a ser un honor y una vocación admirada.

    5. ¿Cómo trabaja el sistema finlandés con la diversidad cultural, lingüística y socioeconómica dentro de sus aulas?

    En Finlandia, la equidad es un principio rector. Todos los estudiantes, independientemente de su origen, tienen acceso a una educación de calidad en su escuela más cercana. Existen apoyos específicos para estudiantes migrantes, hablantes de otras lenguas, o en situación vulnerable. Yo lo he vivido de cerca con mis hijos como inmigrantes y cómo los han acogido, los ha acompañado y los han integrado. Pero lo más importante es que las escuelas tienen los recursos, la autonomía y la preparación para responder a esta diversidad.

    El modelo finlandés no busca uniformar, sino personalizar. La evaluación es formativa, el ritmo de aprendizaje es flexible, y los equipos docentes trabajan colaborativamente para adaptar las metodologías según las necesidades. Es un sistema inclusivo porque confía en la capacidad de los profesionales para acompañar trayectorias diversas, no para medirlas con la misma vara.

    6. En Finlandia hay una fuerte confianza entre las escuelas, las familias y el Estado. ¿Qué podríamos aprender sobre cómo construir esa confianza en nuestros sistemas educativos en LATAM?

    La confianza no se decreta, se construye con coherencia. En Finlandia, el Estado confía en los docentes y no los somete a controles innecesarios. De hecho no hay un cuerpo de inspección o supervisión y no hay evaluación docente nacional. Las familias confían en las escuelas porque perciben que hay competencia profesional y compromiso. Y las escuelas confían en las políticas porque son estables, participativas y orientadas al bienestar del estudiante. Finalmente, los directores confían en sus docentes como expertos pedagogos y los docentes confían en sus estudiantes dándoles autonomía en su propio aprendizaje.

    En América Latina, para construir esa confianza debemos promover la transparencia, la participación y el diálogo. No basta con exigir resultados, hay que ofrecer condiciones. Cuando las comunidades ven que el sistema escucha, apoya y se compromete con su mejora, la confianza florece.

    7. ¿Qué prácticas del sistema finlandés cree que podrían adaptarse con éxito a contextos latinoamericanos, teniendo en cuenta nuestras diferencias culturales y socioeconómicas?

    Algunas prácticas altamente adaptables son:

    • El trabajo colegiado entre docentes como motor de mejora continua (acuerdos metodológicos comunes, observación entre pares, reflexión sobre la práctica).
    • La formación inicial exigente y profesionalizante, con selección rigurosa y formación basada en la práctica reflexiva.
    • La evaluación como herramienta de aprendizaje, no de sanción.
    • La eliminación del exceso de burocracia, que libera tiempo y energía para lo pedagógico.

    Estas prácticas pueden adaptarse si se contextualizan, es decir, si se transforman en propuestas locales que respondan a nuestros desafíos específicos, en lugar de replicarlas mecánicamente.

    8. ¿Cómo evitar caer en el “copy-paste” de modelos nórdicos y, en cambio, inspirarnos para diseñar soluciones propias, contextualizadas y sostenibles para nuestras escuelas?

    La clave está en el pensamiento crítico y el diseño contextual, pues todo proyecto educativo solo puede entenderse en su contexto. Inspirarse en Finlandia no significa copiar lo que hace, sino comprender los principios que sostienen su éxito —confianza, autonomía, profesionalismo, equidad— y traducirlos a realidades locales.

    Debemos alejarnos del fetichismo de los rankings y las reformas de superficie. En lugar de importar recetas, hay que desarrollar capacidades: liderazgos pedagógicos, comunidades profesionales de aprendizaje, políticas sostenibles, formación docente articulada con el entorno.

    Lo que necesitamos no es una copia de Finlandia, sino un “modelo latinoamericano de alta confianza y calidad”, que reconozca nuestras fortalezas culturales y apueste por una transformación estructural desde dentro del sistema.

    Conclusión: transformar sin copiar, confiar para crecer

    Finlandia no es un modelo perfecto ni replicable tal cual, pero representa una experiencia profundamente coherente que puede inspirar transformaciones significativas en América Latina. Su mayor fortaleza no reside en políticas espectaculares o recursos abundantes, sino en una cultura educativa cimentada en la confianza, el profesionalismo docente y el compromiso con la equidad.

    El desafío para nuestros países no es importar estructuras, sino traducir principios. Apostar por una formación docente rigurosa y continua, reducir la burocracia que asfixia la innovación pedagógica, construir comunidades profesionales de aprendizaje, y fomentar liderazgos escolares que acompañen desde la pedagogía y no desde el control.

    Sobre todo, necesitamos cambiar la narrativa: dejar de mirar a los docentes como ejecutores subordinados y empezar a verlos como los verdaderos agentes del cambio educativo. Solo así podremos avanzar hacia sistemas más humanos, sostenibles y comprometidos con el desarrollo integral de cada estudiante.

    Inspirarse en Finlandia es, en el fondo, una invitación a creer que otra educación es posible… y que su diseño empieza por confiar en quienes la hacen realidad cada día

    ¿Te gustaría vivir en primera persona cómo funciona el sistema educativo finlandés?

    Inscríbete al Curso de Inmersión Pedagógica en Finlandia – Octubre 2025, una experiencia única para líderes educativos de América Latina. Conoce las claves del modelo desde dentro y desarrolla propuestas reales para tu comunidad educativa.
    🔗 Conoce más e inscríbete aquí