Está bien desear implantar innovaciones y mejoras ya que, seguramente, son todas necesarias. Pero para ello es básico crear unas condiciones suficientes para que dichos cambios realmente tengan garantías de permanecer a largo plazo y que la inversión realizada por parte de la entidad educativa pueda tener los frutos deseados.
Por tanto, es importante desarrollar un modelo sistemático y gradual que favorezca el sostenimiento de las innovaciones que se quieran desarrollar, pasando de la cultura heredada (de aislamiento y falta de rigor) a una cultura profesional fundamentada, que ayude a elevar el liderazgo pedagógico de los equipos directivos y docentes, para crear una verdadera comunidad de profesionales que sean capaces de aprender unos de otros y así, institucionalizar los cambios. Este modelo es esencial para generar una innovación pedagógica sostenible, y se construye a partir de una serie de acciones, protocolos y actividades que permiten profundizar en el desarrollo de tres pilares que garantizan dicha sostenibilidad: la fundamentación pedagógica, el trabajo colaborativo y la mejora continua de la práctica educativa.
- Cultura de Fundamentación Pedagógica
Si cada vez la gente tiene más capacidad para opinar porque su cultura general ha mejorado y porque puede tener acceso a millones de bytes de información, el reto de la educación es demostrarles que tenemos conocimiento científico, es decir, que lo que hacemos, lo hacemos con conocimiento de causa. El prestigio nos lo hemos de ganar nosotros como docentes demostrando al mundo que tenemos un conocimiento técnico sobre cómo producir aprendizaje. Se trata de irnos convirtiendo en profesionales de la enseñanza con capacidad de reflexión y diagnóstico con base en la realidad del aula, más allá de profesionales que sólo son capaces de ejecutar recetas ya elaboradas. Una reflexión constante de la práctica y mejora continua de lo que hacemos como docentes, permite pasar de la impartición de clases en función sólo de las capacidades comunicativas o empáticas a una impartición de clases más profesional, en función también del conocimiento de que disponemos sobre cómo aprendemos las personas, aplicado a la realidad de un aula determinada.
- Cultura de trabajo colaborativo
El hábito de reflexionar de manera compartida entre iguales acerca de cómo enseñar, para introducir mejoras con base en la metodología común (de la institución) tiene como beneficio directo la superación de una cultura en la que sólo se comparten contenidos, pero no la forma de enseñarlos.
La cultura de trabajo colaborativo permite mejorar de manera coordinada y compartida los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Se mejora la reflexión colectiva sobre la práctica educativa para tomar decisiones fundamentadas en la ciencia y cumplir con el referente interno de cada entidad educativa, es decir, todo aquello que se pueda hacer para cumplir con sus propias finalidades de aprendizaje en relación con su alumnado.
Colaborar significa “laborar con otro”, por tanto, se trata de ir creando condiciones para que los docentes pasen cada vez mayor parte del tiempo trabajando con otros docentes para producir aprendizaje. Para ello se necesitan espacios comunes, tiempos para la interrelación y fundamento para que dichos espacios y tiempos sean aprovechados de la mejor forma posible.
- Cultura de mejora continua de la práctica educativa
Precisamente, desde un punto de vista de los sistemas de calidad, una práctica educativa basada en un proceso sistemático de reflexión colegiada y mejora institucional de aquello que se realiza en las aulas permite la integración de la enseñanza y el aprendizaje con los modelos de gestión de la calidad, potenciando y dinamizando los procesos de mejora, desde la realidad de cada centro educativo en particular, con un enfoque del aula a la organización.
Esto significa, en la práctica, que el sistema de gestión de la calidad (normalmente más organizativo que no pedagógico) también incluya la mejora constante de la práctica educativa; esto se va traduciendo a largo plazo en una cultura de la calidad educativa integrada en la institución como práctica cotidiana de todos sus miembros, comenzando por los docentes.
La gestión de la calidad en el aula también tiene como beneficio la innovación pedagógica, si entendemos esta como “una serie de decisiones, procesos e intervenciones intencionales y sistemáticas que tratan de modificar actitudes, ideas, culturas, contenidos, modelos y prácticas pedagógicas”[1].
Sin embargo, de nada sirve contar con docentes innovadores si no hay institucionalización o construcción colectiva, porque “dichas innovaciones, nacen, maduran y mueren con ellos, sin que tengan repercusión en el sistema”[2].
Esta idea implica trabajar, a través del profesorado, para la mejora en la calidad del aprendizaje conseguido por los alumnos, pero al mismo tiempo ir mejorando aspectos de la gestión de la calidad del centro, así como del desarrollo profesional y formación docente, inherentes a la mejora de la organización como sistema.
[1] Jaume Carbonell, expresado por Francesc Imbernón en las Jornadas Agrupaciones de Centros Educativos (ARCE) 2011. Ministerio de Educación, España. Madrid, 8, 9 y 10 de abril del 2011. www.youtube.com/watch?v=pOZQfJ8dhhg Consultado el 10 de noviembre del 2011.
[2] Ibídem